luns, 21 de xaneiro de 2019

ANZOBRE EN 1902

-CRÓNICAS VERANIEGAS-
ANZOBRE
(Artigo publicado en El Noroeste o 13 de xullo de 1902)

Naturaleza femenina, llama un ilustre profesor á Galicia con sus valles, sus prados y sus flores. Pero como por aquí hay de todo, masculina y muy masculina es la Galicia que rodea al caserón de Anzobre, metido entre montes salvajes y riscos que no han conocido más huella que la del tojo que los alfombra, y orientado á un valle de oscuras tonalidades y severo colorido á cuyo fin bate noche y día el mar, el terrible mar de esta costa en cuya lista de víctimas hay estos días un número más, ante la línea blanca de la playa de Barrañán, más allá de la cual se ven desfilar como puntitos negros y blancos vapores y barcos de vela.

La casa está enclavada en el propio riñón de Galicia, en lo más brumoso y abrupto de nuestras montañas, heridas de continuo por el viento furioso que las impregna de aire de mar, como si hasta ellas hubiesen llegado las olas en una tempestad monstruosa, y entre pinos de obscura y quejumbrosa copa y esbelto y afilado tronco, como los de los árboles de Rusiñol.

Y quizá por eso mismo es más grata la impresión de quien á ella llega, después de llenar sus ojos con la amarga impresión de un país tristísimo, de trágica y doliente belleza, que trae al pensamiento la Bretaña sombría de las narraciones de Barbey d´Aurevilly y produce en el ánimo una sensación deprimente, cuando después de subir y bajar las incesantes y empinadas cuestas del endiablado camino, se vé de repente en medio de los árboles, de las flores, de los maizales y los prados alegres de Anzobre, que se presentan á su vista con toda la atractiva delicia de un oasis plácido y alegre en medio de un árido desierto.

Debuxo do Pazo de Anzobre publicado en El Noroeste en 1902
Allí se alza la hermosa casa, que bien pudiera llamarse palacio, sobre todo hoy que tanto se prodiga el vocablo, á cuyo frente surge en primer término, como avanzada, el edificio de la capilla, en cuya fachada campea sobre la puerta y bajo la cruz el antiguo é historiado escudo de la casa de Gimonde, y a uno de cuyos flancos está adosada la torre, de clásico y sobrio estilo y de marcado carácter y sabor que de ella recibe toda la residencia.

En esa casa y en esa torre vivió con preferencia aquel hombre inolvidable para cuantos fueron sus amigos, de leal corazón, clarísimo entendimiento y esforzado carácter, cuya influencia potísica entre nosotros fué un tiempo tan grande, cuyo prestigio intelectual tan considerable, que aun hoy, después que han pasado varios años desde su muerte, nadie ha dejado borrarse de la imaginación su nombre.

Luciano Puga tenía en esa casa todos sus amores. Era el rincón grato y placentero donde escondía sus dichas íntimas, sus alegrías domésticas, empañadas habitualmente por esa fatigosa notoriedad de los hombres políticos; era el refugio seguro y consolador para las heridas ganadas en la áspera y encarnizada lucha; era el sanatorio donde reponía las perdidas fuerzas, dando sosiego al espíritu y oxígeno á la sangre.

Por eso para cuantos allí le conocimos está Anzobre lleno de sombras y recuerdos que hacen de la hermosa posesión un lugar del pasado aparte del grato lugar que es del presente. Parece como si entre los árboles del parque, ó ante los basudores de la amplísima galería, fuésemos á encontrar de nuevo al maestro y al amigo, con la sagaz sonrisa en los labios, pronto al dicho ingenioso y salado, á la reflexión discretísima, al arranque generoso y gallardo; como si fuesen á parar por allí aquella santa que fué su esposa, cuyas coronas mortuorias llenan la capilla; y aquel ángel de gracia, de inteligencia y de dulzura, flor suprema de aquella naturaleza pura y hermosa, que vivió entre aquellos riscos y que entre ellos pasó su luna de miel, fugaz como un sueño, para ir demasiado pronto á recobrar su puesto en el cielo: la María Puga que tanto quisieron cuantos la conocieron y que dejó en la tierra una estela de luz y de belleza.

Eso recordamos con triste memoria al pensar en aquella familia disuelta rápidamente, como herida por el rayo, y reducida hoy al propietario actual de la posesión, á nuestro querido compañero y amigo Manolo Puga, que en ella conserva vivo el culto al castellano del pasado, mientras educa y prepara para la vida al castellano del porvenir, un rapaz de ojos negros, listo y avispado, que juega al lado de las faldas de su buenísima y simpática madre, la señora de la casa.

Y entre árboles y flores, en pleno monte, viven nuestro amigo y los suyos, al abrir sobre aquellos campos las ventanas de las amplias estancias. Y no sólo entre árboles y flores, sino entre objetos de arte muy vanosos y preciados, que decoran los salones de la antigua vivienda y hacen de la torre, especialmente, un museo escogidísimo de arte refinado.

Los cuadros hermosísimos, los mosaicos admirables, los tallados arcones, los bargueños de finísima labor, las altas sillas de auténtico cuero de Córdoba donde sobre fondo rojo campean de relieve los más caprichosos dibujos, la labrada cama, todo en fin cuanto forma el decorado de aquella espaciosa estancia, es un conjunto ordenado y armónico de verdaderas obras de arte.

Por eso se hermanan en Anzobre lo pasado y lo presente en perfecta unidad; y así como el efecto y la consideración á los vivos nos lleva de la mano á venerar la memoria de los muertos queridos, así también la admiración de aquel mundo misterioso y expresivo del arte antiguo, allí tan bien representado, nos hace apreciar después doblemente la eterna, la invariable y siempre joven hermosura de la naturaleza, que en todo el apogeo de su salvaje poderío circunda la casa, y aspirar ávida y codiciosamente el aire vivo y puro de las austeras montañas vecinas, entre cuyas pardas laderas parecen resonar los ecos de aquellas melodías típicas y primitivas que cantaba tan adorablemente la dulce María Puga.


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