Fillo
dunha familia proletaria que, como case todas as da época, era moi
numerosa, Manuel Abelenda Zapata nace na Coruña o 2 de novembro de
1889, na casa número 10 do popular barrio de Santa Margarida. Os
seus proxenitores, naturais do concello de Carral, chegaran á cidade
herculina na procura dunha situación máis próspera que a que
gozaban no medio rural do que procedían. Seu pai Manuel Abelenda
Incógnito, que naquel intre tiña 26 anos, exercía a profesión de
quincalleiro, e súa nai María Zapata Amaro, cinco anos maior que o
seu home, traballaba na fábrica de tabacos. Manuel tería uns quince
irmáns, aínda que a maior parte non sobreviviron ás enfermidades
que decimaban a poboación infantil de aqueles días.
Neste
ambiente familiar tan humilde, o noso protagonista demostraría a súa
afección polo debuxo sendo aínda un cativo pois, segundo contaban
os seus compañeiros, ao saír da escola dedicaba a esta actividade
todos os momentos que podía.
Manuel Abelenda (Arquivo familia Abelenda) |
Cando
tiña catorce anos, despois de facer os estudos primarios, Manuel
entra a traballar
no taller de fotogravado de
Pedro Ferrer, o
máis importante fotógrafo da cidade da Coruña durante o primeiro
terzo do século vinte. Entre
1903 e 1908 o futuro pintor asiste polas noites á materia de debuxo
artístico na
Escola de Artes e Oficios da súa cidade natal, na que pronto destaca
e obtén os modestos premios da época.
Cun
complemento económico concedido polo Concello da Coruña e máis a
Deputación Provincial, en 1909 viaxa
a Madrid, onde se integra nos ensinos do Círculo de Bellas Artes.
Abelenda
completaría posteriormente, como bolseiro da Deputación,
a
súa formación na
Academia de España en
Roma.
No
mes de xaneiro de 1914 admíteno como membro da Assoziacione
Artística Internazionale da
capital italiana
mais, a guerra europea e a carestía
da vida faría que a estadía prevista de catro anos en Italia se
vira reducida a só oito meses e voltaría a súa cidade natal nese
ano 14.
Vendo
o seu progreso, o Concello da Coruña continuaría apoiando
economicamente ao artista coruñés
para que completase a súa formación. No orzamento de 1916, aprobado
pola corporación herculina
o 15 de decembro de 1915, hai unha partida de 1.250 pesetas que é
xustificada polos “indiscutibles
adelantos y merecimientos que le hacen acreedor a un más decidido
apoyo”.
Cadro de Picadillo da autoría do pintor Manuel Abelenda (Concello da Coruña) |
Naquela
altura Manuel
Puga Parga, o popular Picadillo, era o alcalde da Coruña, cargo que
ostentaba
dende o 13 de outubro dese ano de
1915
e que tan só ocuparía un par de meses. Pintor
e alcalde fraguarían
unha boa amistade por
aqueles días,
feito
que daría pé a que Abelenda se convertera
nun dos hóspedes habituais do Pazo de Anzobre,
a residencia estival de
Picadillo,
que voltaría a ser alcalde herculino en 1917 e
a quen Abelenda retrataría nun dos seus óleos.
Nalgunhas
das súas publicacións, neste caso en Mi
historia política,
Manolo
Puga
fai alusión ao pintor cando acude ao Pazo á festa do San Pedro de
1917… “A
los lados de los coches se barajaban las gentes aldeanas, y cerraban
la comitiva Abelenda el pintor y Deibe el tallista, armados de gaita
y tamboril, en los que ejecutaban de una manera portentosa muiñeiras
y alboradas”.
"Festeiros". Óleo de Manuel Abelenda |
Picadillo
falecería o 30 de setembro de 1918, mais a relación de Abelenda con
Armentón continuaría durante certo tempo, pois as súas xentes e os
seus lugares serían fonte de inspiración dos seus óleos, obras
que
nalgúns casos empezaran
a dar voltas no seu maxín con Picadillo aínda vivo. Nun
artigo publicado no xornal El
Orzán
o 16 de agosto de 1918 (tan só unhas semanas antes do seu
falecemento) titulado “En
la paz aldeana. El pintor Abelenda”,
Manolo Puga fai gala da amistade
co pintor e cóntanos o seguinte:
EN
LA PAZ ALDEANA. EL PINTOR ABELENDA
Acababa
de comer. Había encendido el indispensable cigarrillo y esperaba
pacientemente a que una “solterona” dejase filtrar las últimas
gotas de café. El sol caía a plomo sobre el valle y hasta mí
llegaba como única muestra de algo viviente el trepidar de un motor
de gasolina destartalado arrastrando pesadamente por la carretera
general entre densas nubes de polvo la mole de un coche de viajeros,
y el acompasado ruido de los látigos trilladores cayendo sobre los
haces de trigo tendidos en las eras cercanas.
Ni
otro grito, ni otro comentario, ni el estridente chirriar de un
carro, ni el canto de un pájaro. Es el mediodía, hora en que la
actividad humana cede su puesto al silencio y a la quietud; momento
en que el trabajador descansa de su trabajo cotidiano, en que el buey
deja de comer para rumiar soñoliento tendido en el establo, en que
el pájaro se embola cobijado por las hojas de los árboles.
Es
toda la Naturaleza que descansa, y un ruido cualquiera, un algo que
no sea esa absoluta quietud y esa tranquilidad absoluta es una nota
que desentona. Por eso nos sorprende el motor que arrastra
pesadamente el coche por la carretera y el golpear de esos maderos en
los atados de trigo rompiendo la paz y el silencio que nos envuelve.
Un
grito próximo acaba de dejarse oír. La Pepa, mi perrita Fox, que
duerme a mis pies enroscada, yergue la cabeza y ventea hacia la
puerta de entrada con una oreja enhiesta y un gesto mal reprimido de
desconfianza.
—¡Eh,
maestro, aquí estoy!
Pepa,
ya fuera de dudas, se precipita al recibimiento, aturdiéndonos con
sus ladridos. Momentos después entra en el comedor un criado,
portando lienzos, bastidores y caballetes y detrás la simpática
figura del pintor Abelenda en el pie de cobrarse una deuda contraída
por mí hace ya bastantes meses.
Yo
le debo a Abelenda un viejo petrucio gallego de largas guedejas, de
chambra amarilla, de cañotero de metal dorado y de navaja de cabo de
boj sujeta al “chaleque” con una fuerte cadena de hierro oxidado;
yo le debo a Abelenda una vieja cuentera con pañuelo de flores al
cuello y falda de estameña y mandil de cuadros y un pañuelo de lana
de fondo carminoso envolviéndole la cabeza; y una chica de cara
simpática, de bata remendada, de pañuelo blanco y con unas
alpargatas raídas y un chiquillo con la cara sucia y la boina rota y
un pantalón heredado de diez generaciones y unos “zocos” que
pesan seis veces el peso del dueño, y una cocina de “lareira”
baja y sin chimenea, con pote y con cuncas y barreños de barro y
calderos de cobre y abundancia de tojo que arde y un gato esmirriado
y ceniciento que ni maya ni come ni coge ratones, pero que duerme
siempre al amor de una piedra caldeada, y un perro castaño que mira
sin nobleza y cuando puede y le dejan muerde a traición.
Y
también le debo una buena dosis de árboles, de lejanías, de prados
verdes, de casitas ruinosas, de ríos en cuyas laderas crecen los
álamos y los avellanos y un buen cacho de mar encabritada y otro
cacho nada despreciable de cielo azul y una colección de amaneceres
y puestas de sol.
Pues
bien: mi hombre viene a cobrarse y por eso profana con su grito la
estupenda tranquilidad de aquella hora de no hacer nada.
Embutido
en una blusa que en otros tiempos fue de crudillo y que hoy es de
toda clase de colores, campa por sus respetos esclavo de sus modelos,
y poco a poco van apareciendo en el lienzo el Tonecho, América de
Abeleira, Santiaguiño de Mariano, la tía Manuela del crucero, el
Pichón con su cara de mordedor, el pote, las cuncas y todos los
demás trebejos que componen su cuadro admirable.
—¡Ai,
recodio, o tío Tonecho! ¡Está bien! ¿E aquela non é a filla de
Mariano? ¡Mesmo está cospida! Y a ese tenor van opinando las gentes
que desfilan ante el lienzo en los momentos de la mañana que
Abelenda consagra a este cuadro que a mi juicio habrá de resultar
una verdadera obra de arte.
Las
tardes las dedica el pintor a hacer paisaje y el hombre va tomando
para esto todos esos elementos que formaban parte de la deuda
contraída por mí. Hay un monte poblado de pinos en la lejanía; una
serie de planicies sembradas a maíz. Los verdes intensos de los
zarzales separándolas y el rojo apagado de los tejados y las manchas
blancas de las chimeneas dejando salir esos humos que velan de un
azul diáfano la casi totalidad de los cuadros de este gran pintor de
nuestra tierra. (A estas horas está en la cama y por eso me permito
echarle todos estos piropos)
Las
gentes de este país se han resistido siempre a servir de modelo,
pero Abelenda se las ha arreglado de manera que yo tengo la seguridad
de que hoy no se niega nadie a colocarse ante un lienzo.
Bien
es verdad que tiene una colección de cuentos y una serie de cantares
que causan efectos de sugestión y con eso y unas imitaciones de
muerte de cerdo, canto de grillo, ladrar de can y el empleo siempre
oportuno del patacón y del pitillo, amén de algún juego de manos y
algún “aturuxo” cuando se tercia, marcha el hombre solo como las
propias rosas y ya se tiene dado el raro caso de buscar a Abelenda
para desayunarse y encontrarlo en casa de cualquier tía “Maruxa”
o de cualquier tía “Pepa” comiéndose una cunca de papas con
“leite da vaca” o atizándose un cacho de tocino con pan de
borona desmigajado y comparecer después todo sonriente refiriéndonos
la hazaña.
Porque
eso sí, buen humor lo tiene y si no lo tiene lo aparenta y esto como
comprenderéis es el colmo de ser artista.
Picadillo
En
1923,
cinco anos despois do falecemento do seu prezado amigo Picadillo, Manuel
Abelenda
casa con Obdulia Freire Mariñas, unha moza de Perillo
(Oleiros), onde fixará a súa residencia ata o momento da súa
morte. Do
matrimonio nacerían catro fillos: Obdulia, Manuel, Leonardo e
Manuela.
A
partir deses anos vinte, Abelenda
realiza numerosas exposicións en cidades galegas (A Coruña, Vigo,
Ferrol, Santiago etc.), Madrid
e Barcelona,
sendo considerado pola crítica da época un dos primeiros
intérpretes da paisaxe galega, paisaxe
na que a parroquia de Armentón ten certo protagonismo con cadros
como “Anzobre”, óleo de 1925 que estivo presente nas exposicións
de Baiona e Vigo en 1927 e nas de Pontevedra e Vigo de 1933 e
que, a día de hoxe, descoñecemos o seu paradoiro.
Nesa
época, en 1930, viaxa novamente cunha bolsa da Deputación da Coruña
a Italia, Suiza, Bélxica e Francia, unha experiencia da que daría
conta en artigos publicados en La
Voz de Galicia
e en conferencias en varios centros docentes.
Uns
anos máis tarde, en 1936, un
incendio acontecido
no
Pazo de Piñeiro, propiedade
do pai de José Manuel Otero Castro Figueroa -ao que retratou- e
residencia de Abelenda entre 1915 e 1918, destruiría
o edificio por completo levando por diante varias obras do
artista coruñés que eran exemplos
interesantes das
primeiras
paisaxes que realizara
unha vez rematada a súa formación académica.
Abelenda nunha das súas exposicións (Fundación Barrié) |
A
Guerra
Civil
sorpréndeo en Madrid, onde o
noso protagonista
se atopaba opositando a unha cátedra de profesor de debuxo.
Permanecería
alí ata 1939,
data na que regresa á Coruña. Nos
primeiros anos da posguerra Abelenda continuaría participando
con éxito en diferentes exposicións (Vigo, 1940; Madrid, 1941;
Barcelona, 1942; Oporto, 1942; Bilbao, 1945 etc.) e recibe a terceira
medalla na Exposición Nacional de Belas Artes de 1943,
polo seu cadro Mañana
de octubre desde mi estudio.
Nesa
época tamén é nomeado
académico de número da Academia Provincial
de Belas Artes da Coruña (1941)
e académico correspondente da Real
Academia Galega (1946).
Abelenda
falecería
repentinamente en 1957 na súa casa de Perillo (Oleiros). Apegado
á paisaxe da súa terra, que
ao longo da súa carreira artística interpretou
con modos técnicos emparentados co impresionismo
e cun sentimento lírico intimista, de raíz literaria, a
súa
obra móstrase en museos de Europa
e América,
así como no de Arte Moderna de Madrid e nos da
súa amada terra galega.
FONTES:
-FUNDACIÓN PEDRO BARRIÉ DE LA MAZA. Manuel Abelenda. "Catalogación Arqueólogica y Artística de Galicia" del Museo de Pontevedra. Comisario: Adolfo de Abel Vilela. Maio-Xullo 1998.
-MACEIRAS RODRÍGUEZ, XABIER. Antoloxía das Confidencias de Picadillo. Autoedición, 2018.
FONTES:
-FUNDACIÓN PEDRO BARRIÉ DE LA MAZA. Manuel Abelenda. "Catalogación Arqueólogica y Artística de Galicia" del Museo de Pontevedra. Comisario: Adolfo de Abel Vilela. Maio-Xullo 1998.
-MACEIRAS RODRÍGUEZ, XABIER. Antoloxía das Confidencias de Picadillo. Autoedición, 2018.
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